dilluns, 29 de març del 2010

A VECES



A veces, ni muchas ni pocas, andando o yendo en coche, sentado en una silla o contemplando mi programa favorito (el ocaso), mi propio ego, lo que me distingue del todo, lo que me hace ser una parte clara y distinta (como diría tal vez Descartes), lo que me "garantiza" una conciencia propia con respecto al resto de Ser que no es "yo mismo", se diluye o se disuelve en el resto de realidad. De repente dejo de ser una entidad claramente escindible y distinguible de las demás entidades. Y es en esos momentos cuando me noto indisolublemente unido al universo. De repente sólo existe el todo, y yo con él. Puedo ser infinitamente pequeño (como de hecho soy respecto a, pongamos simplemente nuestro Sol), y sin embargo puedo adoptar perspectivas astronómicas. En esos momentos puedo sentir claramente, aunque no sea con los sentidos acostumbrados, cómo se mueven los engranajes del Universo, desde las galaxias a los átomos, y cómo yo soy una pieza más en ese enorme y hermoso mecanismo.


En esos momentos me puedo dar cuenta de que la música no es sólo puramente sonido, sino también armonía, una armonía que no tiene por qué ser captada necesariamente por el oído, sino por algo tal vez más profundo; es captar la música que suena en todas partes, y por lo tanto también en mi interior.

En esos momentos creo que si soy algo distinguible, soy corazón.

Y mi corazón baila.

(Això és un fragment d'una carta que vaig escriure ara ja fa uns anyets, i que he trobat avui fent neteja. El sentiment del que dic, però, segueix igual de viu ara mateix, de manera que aquí ho teniu. Us ho dedic a tots i totes)